El TTIP (Tratado Trasatlántico de Comercio
e Inversión) que se está negociando con el secretismo habitual con el que se
negocian los acuerdos comerciales, entre EEUU y la Unión Europea (a través de
la Comisión Europea, su órgano ejecutivo y también legislativo) representa un
ataque frontal contra la democracia, la soberanía y los derechos sociales,
laborales, sindicales y medioambientales, entre otros.
Existen numerosos
ejemplos y experiencias previas. Varios estudios de impacto independientes
coinciden en que el NAFTA, (TLC entre EEUU, Canadá y México) que lleva 20 años
en vigor, ha tenido consecuencias desastrosas para la población mexicana:
disminución del salario mínimo (-17.9%), aumento de la desigualdad y de la
pobreza (incremento del 21.46% antes del NAFTA al 50.97% después del acuerdo
comercial), deterioro ambiental o éxodo de campesinos a las ciudades (2.7
millones de granjeros mexicanos han abandonado sus tierras), entre otros. Al
otro lado de la frontera, las consecuencias también se pueden cuantificar:
caída de los salarios como consecuencia de la relocalización de empresas en
México, donde la mano de obra es más barata y por consiguiente cierre de más de
60 mil empresas manufactureras estadounidenses. Otro ejemplo sangrante lo representa
el acuerdo comercial entre Colombia y la Unión Europea. Se ha extendido la
práctica lamentablemente de acaparamiento de tierras. Las corporaciones
transnacionales se apropian de las tierras de los campesinos, violando los
Derechos Humanos y cortocircuitando los procesos, ya difíciles, de
dignificación de los pueblos indígenas.
El TTIP no es un tratado
de libre comercio al uso, que ya de por sí han demostrado no ser beneficiosos
para los pueblos y sus gentes. El TTIP es un acuerdo geoestratégico que pretende
crear un bloque macroeconómico que, por un lado, frenaría la expansión, el
crecimiento y el control hegemónico de los países BRICS (Brasil, India, Rusia,
China y Sudáfrica), y por otro lado, impondría las reglas de juego comerciales
a terceros países, perjudicando especialmente, como es obvio, a los países en
vías de desarrollo.
Ambos lados del atlántico
representan el 12% de la población mundial y el 50% del comercio mundial. ¿Para
qué entonces firmar un tratado comercial entre los dos bloques con mayor
comercio? Ambos lados del atlántico representan el 60% del PIB mundial,
distribuido de una manera absolutamente desigual: el 70% de la población tiene
el 2.7% de la riqueza, frente al 8.7% de la población que ostenta el 87% de la
riqueza. El TTIP supondría abrir un camino de no retorno que ahondaría aún más
esta brecha de desigualdad y de no redistribución de la riqueza.