El Partido Comunista debe convertirse en el Estado Mayor de ese
ejército formado por la clase obrera española. El que marque los tiempos, el
que despierte tanta pasión en nuestras filas (el pueblo) como odio en las filas
del enemigo (su saqueador y explotador).
Para la clase trabajadora de nuestro país no son estos precisamente tiempos de certezas. Como tampoco para buena parte de la izquierda, sus organizaciones y sus militantes. Incluso las certezas de siempre aparecen confusas y distorsionadas, como vistas a través de un cristal golpeado por un aguacero. De un cristal a través del que vemos la realidad. Pero que el cristal a través del que miramos acabe tornándose borroso no quiere decir que esa realidad de ahí afuera sea distinta, que las certezas hayan dejado de ser tan ciertas como siempre, como tampoco quiere decir que el enemigo haya dejado de ser el enemigo, o que éste haya dejado de querer acabar con nosotros.
Vivimos días de tormenta; en los que sobre los
cristales se precipitan con fuerza espejismos y mentiras, anunciadas por falsos
mesías, por los telepredicadores de turno y por los mercenarios de la pluma. Anuncian
que la izquierda está muerta, que la clase obrera ya no existe, que no hay
alternativa al capitalismo, que sobran los partidos… sobre todo si se llama
Partido Comunista.
En este claroscuro en el que nos encontramos, ese
donde lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no acaba de morir que diría
Gramsci, conviven de manera simultánea la esperanza de muchos por un gran e
inminente cambio en nuestro país, con la preocupación de otros tantos por ese
omnipresente ataque y permanente cuestionamiento de las organizaciones de clase
y de la propia izquierda. El ejemplo de la tragedia de la izquierda italiana
fruto de la disolución del PCI recorre a la izquierda española como una
posibilidad que amenaza con hacerse realidad si persiste el empeño de
algunos por enterrar al PCE, o de convertirlo en un elemento testimonial y
pasivo en la política española.
Sin embargo – y esta es la mala noticia para quienes
han dedicado años, millones de euros y lo peor de sí mismos en conseguirlo –
eso no sucederá. Y no sucederá porque los y las militantes del PCE deseamos
todo lo contrario; reconstruir el Partido Comunista como herramienta de la
clase trabajadora y para la clase trabajadora; como instrumento
revolucionario que no viva a merced de los vaivenes electorales, como Partido
organizado por y para la Revolución, y no únicamente para participar en las
siguientes elecciones.
Ante las incertidumbres del presente, el Partido
Comunista de España debe aparecer como la verdadera y espléndida certeza del
futuro.
Ante las incertidumbres del presente, el Partido Comunista
de España debe aparecer como la verdadera y espléndida certeza del futuro.
Porque suceda lo que suceda durante los próximos meses, pase lo que pase en las
elecciones generales, se rompa o no la espina dorsal del régimen del 78,
afrontemos un proceso constituyente o seamos estafados por una nueva
“Transición”, hay dos cuestiones que son inapelables: que hay un día siguiente
al de las elecciones donde la lucha debe continuar, y que en esa lucha la clase
trabajadora necesita (sea consciente o no) al Partido Comunista.
Porque lamentablemente la realidad actual es que la
clase obrera española es un ejército diezmado, dividido, confuso y carente de
capitanes y generales capaces de organizar una contraofensiva en todos los
frentes para la recuperación de los derechos perdidos y para la conquista de
nuevos derechos, pero sobre todo, para dar un sentido de transformación
socialista a las luchas. Por eso el Partido Comunista debe convertirse en el
Estado Mayor de ese ejército, el que marque los tiempos, el que despierte tanta
pasión en nuestras filas (el pueblo) como odio en las filas del enemigo (su
saqueador y explotador). Eso no se consigue en un día, no se consigue en
los platós de televisión, no se consigue jugando con las reglas del juego del
adversario, sino cambiando las reglas. Necesitamos un Partido organizado en el
conflicto, en las empresas, en el ejército, como refuerzo del tejido social,
como impulsor de una nueva Cultura, organizado para un proyecto transformador
de futuro, que marque su propia agenda, y donde las elecciones solo sean una
herramienta más en el camino, y donde los resultados sean una consencuencia de
todo el trabajo anterior bien hecho, y no dependan de la voluntad de los
grandes medios de comunicación, ese cristal a través del que hoy mira la
mayoría de la población.
Ese es el Partido que queremos, el Partido que
necesitamos, el Partido por el que la mayoría de los militantes nos dejamos
cada día lo mejor de nosotros mismos. Que nadie decaiga; el futuro sigue
siendo nuestro.
Javier Parra
laRepublica.es
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