domingo, 13 de marzo de 2016

España, 30 años después, más OTAN que nunca

Treinta años más tarde, el papel de España y del resto de la península en los conflictos internacionales ha crecido exponencialmente.

El PCE, con Gerardo Iglesias como secretario general, iniciaron una campaña a favor del “No”, impulsaron la creación de una plataforma contraria a la militarización definitiva de nuestro país. Se trataría de un germen de la futura Izquierda Unida.

“¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS?”, cantaba todavía Polanski y el Ardor, en plena movida española. A mediados de los años 80, la Guerra Fría era ya un burdo rumor, si se tiene en cuenta la intensidad de las dos décadas anteriores; sin embargo, se hablaba de Segunda Guerra Fría porque el potencial atómico era mayor que nunca. Faltaba poco, eso sí, para la caída del muro de Berlín pero Mijail Gorbachov no había llegado todavía a la cumbre del Soviet Supremo, pero la flota pesquera soviética –que en muchos casos servía como pantalla para el espionaje electrónico-, había solicitado instalarse en Algeciras, frente al Peñón de Gibraltar, en 1977.

La plena incorporación de España al organismo aliado de defensa, en 1986, fue la culminación de un proceso iniciado casi una década antes, a partir de la primera visita oficial de Juan Carlos I a Estados Unidos: no fue baladí la presencia de Henri Kissinger en España, en 1975, cuando la muerte de Francisco Franco no sólo produjo cierta inquietud sobre la permanencia de las bases de Estados Unidos en España, sino abrió expectativas a la incorporación española a la OTAN, superando la falsa neutralidad que la dictadura franquista exhibbía frente a la guerra de bloques, cuando desde 1953 los acuerdos hispano-estadounidenses dejaron bien a las claras cuáles eran las preferencias del llamado vigía de Occidente.

En 1981, tras el intento de golpe de Estado del 23 de febrero, Leopoldo Calvo Sotelo se aprestó a incorporar a España a la Alianza Atlántica, con el pretexto de aplacar el ruido de sables, pero también presumiblemente como condición para la admisión de nuestro país en otros selectos clubes internacionales, como la propia Comunidad Económica Europea, cuyo tratado de adhesión se firmó en 1985. También la OTAN supuso una base importante en la negociación hispano-británica sobre Gibraltar, desde los acuerdos de Lisboa de 1980 a los de Bruselas, en 1984, pasando por las repercusiones locales de la Guerra de las Malvinas en 1982, pocos meses antes de la apertura de la frontera gibraltareña. La co-gestión hispano-británica del Comgibmed, la estación de comunicacoines de la OTAN en Gibraltar, fue una de las bazas que se pusieron encima de la mesa desde los primeros contactos diplomáticos entre el Foreing Office y el ministerio español de Asuntos Exteriores en tiempos de Lord Carrington y de Marcelino Oreja.

En ese contexto y tras la victoria del PSOE en las elecciones de 1982, se puso en solfa el eslogan que los socialistas habían esgrimido tras la sorpresiva incorporación de nuestro país a la Alianza: “OTAN, de entrada no”, apostaba la propaganda socialdemócrata de la época. El chiste popular añadía: “De salida, ya veremos”. Felipe González, en diciembre de 1984, jugó a dimitir por este motivo durante el controvertido trigésimo congreso del PSOE y la aceptación de sus postulados motivó, frente a su amago, la dimisión cierta de Fernando Morán como ministro español de Asuntos Exteriores.

El por entonces presidente del Gobierno español se comprometió a convocar un referéndum al respecto, aunque anunció su postura favorable a la permanencia española en la OTAN, bajo tres premisas: la no incorporación a la estructura militar, la prohibición de instalar, almacenar o introducir armas nucleares y la reducción de las bases militares norteamericanas en España. Así, en enero de 1986, quedó convocado un referéndum para el miércoles 12 de marzo, con una papeleta cuyo contenido rezaba lo siguiente:

El Gobierno considera conveniente, para los intereses nacionales, que España permanezca en la Alianza Atlántica, y acuerda que dicha permanencia se establezca en los siguientes términos:

1.º La participación de España en la Alianza Atlántica no incluirá su incorporación a la estructura militar integrada.

2.º Se mantendrá la prohibición de instalar, almacenar o introducir armas nucleares en territorio español.

3.º Se procederá a la reducción progresiva de la presencia militar de los Estados Unidos en España.

¿Considera conveniente para España permanecer en la Alianza Atlántica en los términos acordados por el Gobierno de la Nación?




La campaña no fue una balsa de aceite. Numerosas organizaciones, entre las que destacó el Partido Comunista de España, con Gerardo Iglesias como secretario general, iniciaron una campaña a favor del no, impulsaron la creación de una plataforma contraria a la militarización definitiva de nuestro país. Se trataría de un germen de la futura Izquierda Unida, que concurrió por primera vez bajo dichas siglas a las elecciones de octubre de 1986; comicios que volvería a ganar el PSOE, una formación que se empleó a fondo para ganar la consulta, con un amplio y costoso aparato propagandístico. La todavía Alianza Popular de Manuel Fraga Iribarne propugnó, sin embargo, la abstención, quizá para contentar al viejo poso franquista que también alentaba dicha formación. Numerosos partidos nacionalistas también abanderaron el no a la OTAN, como fue el caso de Herri Batasuna, la izquierda abertzale que mereció luego un importante respaldo electoral. De aquella marea antimilitarista, surgieron también nuevas movilizaciones contra las bases estadounidenses en España, con Rafael Alberti como uno de los principales símbolos que aglutinaba al antiimperialismo con el ecopacifismo, que reiniciaron a partir de entonces las marchas anuales a Rota.

De un censo superior a 29 millones de electores, sólo votó un 60 por ciento, pero los votos favorables superaron el 52 por ciento mientras que los sufragios negativos no llegaron al 40 por ciento. España se quedó en la OTAN y, treinta años más tarde, el papel de España y del resto de la península en los conflictos internacionales ha crecido exponencialmente.

Entre las consecuencias más pintorescas de aquel pulso colectivo, figuró el encausamiento pocos meses después del caricaturista Andrés Vázquez de Sola por unas viñetas publicadas en “La Tribuna de Marbella” y “La Tribuna de Algeciras”, que la fiscalía consideró ofensivas para con el presidente del Gobierno, pero que simplemente pretendían reclamar el voto negativo en las urnas del 12 de marzo. La mala sangre no llegó al río y el caso fue archivado. Como también, lamentablemente, merecieron el archivo los compromisos de aquella papeleta histórica. España, por ejemplo, se incorporó finalmente a la estructura militar diez años más tarde, cuando José María Aznar pasó a ocupar La Moncloa, en tanto que se mantuvieron los almacenes nucleares en España o el paso por Gibraltar y Rota de unidades aeronavales de propulsión o carga nuclear: un caso peculiar fue el de la llegada al Peñón del submarino “HMS Tireless”, en la primavera del año 2000 con una seria avería en el reactor nuclear. La reducción progresiva de la presencia militar estadonidense en España se maquilló con las banderas rojigualdas ondeando en los mástiles de las barras y estrellas, pero operaciones como el escudo antimisiles desplegado en Morón y Rota, vinieron a demostrar que se trataba de un formidable paripé.

Treinta años más tarde de aquel referéndum, el ministro de Defensa en funciones, Pedro Morenés, representa a la industria armamentística y España es más OTAN que nunca. No sólo por el coste presupuestario, con un 2 por ciento de nuestro PIB en cooperación a la caja atlantista, más los costes de operaciones tan largas, sangrientas y fallidas como la ocupación de Afganistán tras los atentados del 11 de septiembre. En otoño de 2015, por ejemplo, tuvo lugar uno de los más gigantescos ejercicios militares de la Alianza, bajo la denominación 'Trident Juncture 2015' y la participación de más de 20.000 efectivos, de distintas nacionalidades, a partir de los Centros Nacionales de Adiestramiento de San Gregorio (Zaragoza) y Chinchilla (Albacete), el Campo de Maniobras y Tiro ‘Álvarez de Sotomayor’ de la Legión (Almería), el Campo de Adiestramiento Anfibio de la Sierra del Retín (Cádiz) y en las bases aéreas de Albacete, Son San Joan (Palma de Mallorca), Torrejón y Zaragoza. Gibraltar –cuyo gibmed suprimió la OTAN cuando España comenzó a controlar las comunicaciones atlánticas desde Huelva- tuvo un papel muy secundario en aquel dispositivo cuyo propósito último no era otro que el de engrasar la maquinaria bélica por si fuera necesaria un despliegue conjunto en Siria o en cualquier otro polvorín del norte de Africa y Oriente Próximo.

Entre daños colaterales, blancos fallidos y algún que otro éxito militar, la mayor victoria de la OTAN, en los últimos treinta años, no ha sido otra que liquidar la Unión Europea Occidental, una organización militar que Europa pretendía fomentar desde 1948 como alternativa propia a la Alianza Atlántica, cuyos intereses basculan habitualmente a favor de Norteamérica.


  Juan José Téllez 
Publicado en el Nº 294 de la edición impresa de Mundo Obrero marzo 2016

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